Los paraísos son fiscales o artificiales. Los infiernos, son reales. A los primeros, viajan las mayores fortunas en clase business. A los otros, viajamos casi todos a golpe de BOE y directivas europeas. En Panamá sigue existiendo el estado del bienestar para las grandes fortunas del mundo. Aquí, seguimos inmersos en el estado del malestar, en los recortes y en la imposibilidad manifiesta de que la izquierda sepa unirse para frenar a la derecha. Mientras, le cerramos las puertas a quienes vienen huyendo de lo que nosotros también tememos.
De todo ello y algo más, mi artículo de hoy en "Público":
Mientras Pedro Sánchez, cautivo y desarmado, tantea el desastre de las horcas caudinas de la gran coalición o de unas elecciones anticipadas, el partido de la Gurtel sueña con acunar la corrupción con una gigantesca nana de votos, pero el primer ministro de Islandia dimite por la exigencia de un pueblo que fue capaz de rescatarse a sí mismo en lugar de a los bancos y a sus banqueros.
Claro que David Gunnlaugson, el premier islandés envuelto en el escándalo de los papeles de Panamá, aseguró horas más tarde que en realidad no estaba dispuesto a abandonar su cargo sino que dejaba temporalmente el poder hasta que las aguas se calmasen y su honorabilidad pudiera ser restituida. Quizá ahora veamos como, a decir de Pedro Sánchez, Rajoy es menos indecente y Sánchez, a tenor del presidente en funciones, es menos chavista desde que ha dejado a Pablo Iglesias.
Mientras, tanto el inquilino virtual de la Moncloa llama a consultas a nuestro embajador en Venezuela después de que Nicolás Maduro decidiera apoyar su campaña contra Podemos, elogiando a dicha formación española entre exabruptos contra el gobernante del plasma. La política es relativa pero la matemática juega a ser una ciencia exacta y las ecuaciones son irrefutables: si Cs no quiere a Podemos y Podemos, en realidad, no quiere al PSOE porque en verdad-verdad el PSOE tampoco quiere a Podemos, todo ello es igual a PP. Sale champán por los grifos de Génova.
Claro que, en semejante trance, en La Zarzuela toman las sales. Pilar de Borbón, la hermana del rey emérito, se arroga la competencia exclusiva de la empresa que tuvo junto a su marido en Panamá y que chapó en vísperas de la abdicación de Juan Carlos I; el campechano que mantuvo por otra parte una cuenta en Suiza fruto de una herencia de Juan de Borbón, casi como si fuera el patriarca del clan Pujol y su extraño legado en Andorra. A fin de cuentas, visto lo visto, el hilo de la trama de Iñaki Urdangarín también era cliente del sastre de Panamá, la Baqueira Beret del forfait del dinero negro.
Mientras asistimos al gran slam del fraude fiscal en el Caribe, con su glamouroso fin de fiesta en el que caben comunistas chinos y deportistas de élite, bancos plusmarquistas del beneficio y de las cláusulas suelo, cineastas y actores, escritores de fuste o aristócratas de campanillas, el ministro Cristobal Montoro protagoniza un golpe de talonario contra el estado de las autonomías y se felicita por su célebre amnistía a los botines exiliados mientras se hace el longuis por las sicav, esas sociedades de inversión de capital variables a través de las cuales las grandes fortunas siguen invadiendo impuestos desde casa, sin necesidad de extraditarse a cualquier centro off shore. Menudo aliciente para la campaña de la renta. Curiosa forma también de enfrentarse a una precampaña la de don Mariano, un festival de recortes a petición de la Unión Europea, según remachó en su conversación telefónica con Susana Díaz. Debe estar sobrado por las últimas encuestas. O le ha fallado la medicación. La culpa del déficit, a juicio de Montoro, el teniente de las alcancías españolas, la tienen los reinos de taifas, probablemente ZP y los fármacos contra la hepatitis C: para contener el gasto farmacéutico, tendremos que dejar morir a unos cuantos viejos y a unos cuantos presos, aunque él pareciera atiborrase esta semana con una sobredosis de pharmaton complex.
Claro que para el dinero hay otros paraísos sin salir de Europa, desde Luxemburgo a Suiza o las islas del Canal, dependientes del Reino Unido, donde ahora David Cameron se ve contra las cuerdas de The Guardian, como si sus electores no le reprochasen tanto que su nombre y el de su santa figurasen en una empresa de papá Ian que aparece en los Panama Papers, como por hipocresía por haber dado seis versiones distintas de este millonario asuntillo. O tal vez les moleste la traición al imperio, ¿para qué llevar sus libras al extranjero si hubiera podido ingresarlas en Gibraltar, aunque ya solo sea un centro on shore en el que incluso hay que pagar impuestos?.
Mientras, por supuesto, en Gibraltar se preguntan por qué España le mantiene en la lista de paraísos fiscales, cuando nuestro gobierno se aprestó a sacar de la misma a Panamá justo cuando Sacyr se hizo con las obras de ampliación del canal. Para el ministerio de Asuntos Exteriores, en cuyo Palacio de Santa Cruz, Margallo ha encargado una novena para purgar su osadía de haber querido ser Rajoy en lugar de Rajoy, el Peñón sigue siendo un nido de piratas, a pesar de que Picardo lleve años reclamando un acuerdo de doble fiscalidad para que Madrid le saque del galeón de los filibusteros. El dinero, venga de donde venga, siempre es bienvenido en cualquier parte. Sean petrodólares o yenes, reciben el estatuto de refugiado en toda sucursal bancaria sin tener que ofrecer explicaciones al funcionario que decide si otorgarle el asilo o enviarle a Turquía.
Junto a la Roca, el viernes, y ayer en Tarifa, otros europeos distintos a los gobernantes que firmaron la deportación tan individual como masiva de millones de desesperados, se lanzaban a protestar por semejante crimen, junto al mar que ha visto como morían a miles los fugitivos del hambre, de la guerra o de la rutina de la pobreza, desde al menos 1988. Los manifestantes pertenecían a una Europa distinta, como la de quienes se lanzaban al mar en el puerto de Lesbos para intentar frenar inútilmente a los barcos de las deportaciones. Allí, la Comisión Española de Ayuda al Refugiado ha suscrito un amplio informe entre cuyas conclusiones denuncian que las personas voluntarias y las ONG han asumido las labores de rescate y de atención a la población ante la pasividad y dejación de las autoridades griegas –Ay, Syriza, ay, Tsipras– y los agentes del Frontex, que sólo se preocupan se sofocar las protestas de los supervivientes. Dan escalofrío estos y otros datos: condiciones de vida infrahumanas, falta de acceso a servicios básicos, detenciones en lugar de acogida, falta de garantías legales o de información sobre donde reubicarlos, etcétera.
Claro que Turquía es oficialmente un país seguro y a la Unión Europea le preocupan más las muertes del yihadismo en el continente que las del yihadismo al otro lado del mediterráneo, un polvorín que explota por antipatía y que ha llenado de sangre a nuestra orilla sur y de miedo a mansalva a nuestra orilla norte. Mientras tanto, aquí, sólo parece inquietarnos –y hacemos bien– si sus problemas fiscales empeorarán el rendimiento de Leo Messi, si Pilar de Borbón asistirá a la inauguración del próximo rastrillo o si veremos de nuevo escapar por los garajes a Mariano Rajoy cuando vuelva a ser presidente español, aunque sea sin funciones. Esto, definitivamente, es un desastre.
Mientras Pedro Sánchez, cautivo y desarmado, tantea el desastre de las horcas caudinas de la gran coalición o de unas elecciones anticipadas, el partido de la Gurtel sueña con acunar la corrupción con una gigantesca nana de votos, pero el primer ministro de Islandia dimite por la exigencia de un pueblo que fue capaz de rescatarse a sí mismo en lugar de a los bancos y a sus banqueros.
Claro que David Gunnlaugson, el premier islandés envuelto en el escándalo de los papeles de Panamá, aseguró horas más tarde que en realidad no estaba dispuesto a abandonar su cargo sino que dejaba temporalmente el poder hasta que las aguas se calmasen y su honorabilidad pudiera ser restituida. Quizá ahora veamos como, a decir de Pedro Sánchez, Rajoy es menos indecente y Sánchez, a tenor del presidente en funciones, es menos chavista desde que ha dejado a Pablo Iglesias.
Mientras, tanto el inquilino virtual de la Moncloa llama a consultas a nuestro embajador en Venezuela después de que Nicolás Maduro decidiera apoyar su campaña contra Podemos, elogiando a dicha formación española entre exabruptos contra el gobernante del plasma. La política es relativa pero la matemática juega a ser una ciencia exacta y las ecuaciones son irrefutables: si Cs no quiere a Podemos y Podemos, en realidad, no quiere al PSOE porque en verdad-verdad el PSOE tampoco quiere a Podemos, todo ello es igual a PP. Sale champán por los grifos de Génova.
Claro que, en semejante trance, en La Zarzuela toman las sales. Pilar de Borbón, la hermana del rey emérito, se arroga la competencia exclusiva de la empresa que tuvo junto a su marido en Panamá y que chapó en vísperas de la abdicación de Juan Carlos I; el campechano que mantuvo por otra parte una cuenta en Suiza fruto de una herencia de Juan de Borbón, casi como si fuera el patriarca del clan Pujol y su extraño legado en Andorra. A fin de cuentas, visto lo visto, el hilo de la trama de Iñaki Urdangarín también era cliente del sastre de Panamá, la Baqueira Beret del forfait del dinero negro.
Mientras asistimos al gran slam del fraude fiscal en el Caribe, con su glamouroso fin de fiesta en el que caben comunistas chinos y deportistas de élite, bancos plusmarquistas del beneficio y de las cláusulas suelo, cineastas y actores, escritores de fuste o aristócratas de campanillas, el ministro Cristobal Montoro protagoniza un golpe de talonario contra el estado de las autonomías y se felicita por su célebre amnistía a los botines exiliados mientras se hace el longuis por las sicav, esas sociedades de inversión de capital variables a través de las cuales las grandes fortunas siguen invadiendo impuestos desde casa, sin necesidad de extraditarse a cualquier centro off shore. Menudo aliciente para la campaña de la renta. Curiosa forma también de enfrentarse a una precampaña la de don Mariano, un festival de recortes a petición de la Unión Europea, según remachó en su conversación telefónica con Susana Díaz. Debe estar sobrado por las últimas encuestas. O le ha fallado la medicación. La culpa del déficit, a juicio de Montoro, el teniente de las alcancías españolas, la tienen los reinos de taifas, probablemente ZP y los fármacos contra la hepatitis C: para contener el gasto farmacéutico, tendremos que dejar morir a unos cuantos viejos y a unos cuantos presos, aunque él pareciera atiborrase esta semana con una sobredosis de pharmaton complex.
Claro que para el dinero hay otros paraísos sin salir de Europa, desde Luxemburgo a Suiza o las islas del Canal, dependientes del Reino Unido, donde ahora David Cameron se ve contra las cuerdas de The Guardian, como si sus electores no le reprochasen tanto que su nombre y el de su santa figurasen en una empresa de papá Ian que aparece en los Panama Papers, como por hipocresía por haber dado seis versiones distintas de este millonario asuntillo. O tal vez les moleste la traición al imperio, ¿para qué llevar sus libras al extranjero si hubiera podido ingresarlas en Gibraltar, aunque ya solo sea un centro on shore en el que incluso hay que pagar impuestos?.
Mientras, por supuesto, en Gibraltar se preguntan por qué España le mantiene en la lista de paraísos fiscales, cuando nuestro gobierno se aprestó a sacar de la misma a Panamá justo cuando Sacyr se hizo con las obras de ampliación del canal. Para el ministerio de Asuntos Exteriores, en cuyo Palacio de Santa Cruz, Margallo ha encargado una novena para purgar su osadía de haber querido ser Rajoy en lugar de Rajoy, el Peñón sigue siendo un nido de piratas, a pesar de que Picardo lleve años reclamando un acuerdo de doble fiscalidad para que Madrid le saque del galeón de los filibusteros. El dinero, venga de donde venga, siempre es bienvenido en cualquier parte. Sean petrodólares o yenes, reciben el estatuto de refugiado en toda sucursal bancaria sin tener que ofrecer explicaciones al funcionario que decide si otorgarle el asilo o enviarle a Turquía.
Junto a la Roca, el viernes, y ayer en Tarifa, otros europeos distintos a los gobernantes que firmaron la deportación tan individual como masiva de millones de desesperados, se lanzaban a protestar por semejante crimen, junto al mar que ha visto como morían a miles los fugitivos del hambre, de la guerra o de la rutina de la pobreza, desde al menos 1988. Los manifestantes pertenecían a una Europa distinta, como la de quienes se lanzaban al mar en el puerto de Lesbos para intentar frenar inútilmente a los barcos de las deportaciones. Allí, la Comisión Española de Ayuda al Refugiado ha suscrito un amplio informe entre cuyas conclusiones denuncian que las personas voluntarias y las ONG han asumido las labores de rescate y de atención a la población ante la pasividad y dejación de las autoridades griegas –Ay, Syriza, ay, Tsipras– y los agentes del Frontex, que sólo se preocupan se sofocar las protestas de los supervivientes. Dan escalofrío estos y otros datos: condiciones de vida infrahumanas, falta de acceso a servicios básicos, detenciones en lugar de acogida, falta de garantías legales o de información sobre donde reubicarlos, etcétera.
Claro que Turquía es oficialmente un país seguro y a la Unión Europea le preocupan más las muertes del yihadismo en el continente que las del yihadismo al otro lado del mediterráneo, un polvorín que explota por antipatía y que ha llenado de sangre a nuestra orilla sur y de miedo a mansalva a nuestra orilla norte. Mientras tanto, aquí, sólo parece inquietarnos –y hacemos bien– si sus problemas fiscales empeorarán el rendimiento de Leo Messi, si Pilar de Borbón asistirá a la inauguración del próximo rastrillo o si veremos de nuevo escapar por los garajes a Mariano Rajoy cuando vuelva a ser presidente español, aunque sea sin funciones. Esto, definitivamente, es un desastre.
Juan José Tellez