Por un puñado de sestercios ... por Juan José Tellez


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Seiscientos kilogramos de monedas romanas –cuyo anverso reproduce las efigies de Constantino y de Maximiliano o incluso la de Diocleciano– han sido descubiertas en Tomares. Mientras excavaban un parque, los operarios dieron con la isla del tesoro. Decenas de miles de piezas de bronce –algunas con un baño de plata que les haría coquetear con los sestercios– se encontraban ocultas en diecinueve ánforas de pequeño tamaño que no guardaban aceite ni garum, sino pasta gansa, puede que la caja B del Imperio Romano en la Bética.

La arqueología andaluza discierne ahora el origen de este hallazgo, que se fecha en torno al siglo IV d.C. Quizá fuera el pago, dicen, de soldadas a las legiones, algo así como el escudo antimisiles de aquel momento. O, vaya usted a saber, tal vez supusiera la recaudación de la campaña de la renta de aquel año. Pero, después de que la restauración del teatro romano de Cádiz nos descubriera hace años la primera pintada esculpida en la historia –«Balbo, ladrón», en referencia al influyente señor de Gades, amigo de César–,el descubrimiento del Aljarafe da que pensar.¿Correspondería dicha fortuna a una evasión de impuestos a los paraísos fiscales del Ponto Euxino o de Thule? ¿Era el dinero sustraído en el escándalo de los Expedientes de Regulación de Esclavos? ¿O el de la red Centurión que algunos tradujeron por error como Cinturón, en su acepción alemana de Gürtel?

Eran monedas recién salidas de fábrica, que quizá nunca circularon. Como una parábola de ese dinero que existe pero que no existe y que nos ha metido a todos en esta larga crisis que todavía nos embarga de tristeza y nos embarga el piso. En las novelas policiales, los detectives suelen seguir al dinero para resolver los crímenes. Quizá los arqueólogos nos aclaren a cuándo se remonta nuestra avaricia o hasta donde alcanza el carbono 14 de la corrupción.

Juan José Tellez.

2 de mayo de 2016
Seiscientos kilogramos de monedas romanas –cuyo anverso reproduce las efigies de Constantino y de Maximiliano o incluso la de Diocleciano– han sido descubiertas en Tomares. Mientras excavaban un parque, los operarios dieron con la isla del tesoro. Decenas de miles de piezas de bronce –algunas con un baño de plata que les haría coquetear con los sestercios– se encontraban ocultas en diecinueve ánforas de pequeño tamaño que no guardaban aceite ni garum, sino pasta gansa, puede que la caja B del Imperio Romano en la Bética.

La arqueología andaluza discierne ahora el origen de este hallazgo, que se fecha en torno al siglo IV d.C. Quizá fuera el pago, dicen, de soldadas a las legiones, algo así como el escudo antimisiles de aquel momento. O, vaya usted a saber, tal vez supusiera la recaudación de la campaña de la renta de aquel año. Pero, después de que la restauración del teatro romano de Cádiz nos descubriera hace años la primera pintada esculpida en la historia –«Balbo, ladrón», en referencia al influyente señor de Gades, amigo de César–,el descubrimiento del Aljarafe da que pensar.¿Correspondería dicha fortuna a una evasión de impuestos a los paraísos fiscales del Ponto Euxino o de Thule? ¿Era el dinero sustraído en el escándalo de los Expedientes de Regulación de Esclavos? ¿O el de la red Centurión que algunos tradujeron por error como Cinturón, en su acepción alemana de Gürtel?

Eran monedas recién salidas de fábrica, que quizá nunca circularon. Como una parábola de ese dinero que existe pero que no existe y que nos ha metido a todos en esta larga crisis que todavía nos embarga de tristeza y nos embarga el piso. En las novelas policiales, los detectives suelen seguir al dinero para resolver los crímenes. Quizá los arqueólogos nos aclaren a cuándo se remonta nuestra avaricia o hasta donde alcanza el carbono 14 de la corrupción.

Juan José Tellez.
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