Creo que no estoy solo. Creo que miro hacia otro lado porque tuve entusiasmo y lo fui perdiendo. Hace semanas que no escribo exactamente de política. O mejor, que no echo la tarde escuchando declaraciones de partido, semiótica de candidatos. Leo otras cosas y hablo de otras cosas con los amigos. No ha sido un pacto, sino una consecuencia. Hemos amortiguado la ilusión, algunos compadres y yo.Creímos que las cosas podrían ser de otro modo. Votamos para que lo fueran. Incluso votamos a gente concreta en este país tan difícil de concretar. Y todo por no hacer del ejercicio de las urnas un algo inútil, como otras veces en que fuimos a no votar o lo hicimos en blanco. Aquel domingo de diciembre quisimos influir para no quedarnos en lo testimonial. Y tampoco sirvió de nada.
También creo que la indecisión es una forma educada de debilidad. Por eso tengo tan claro que no sé qué me apetece ya. Antes a algunos nos movía una cierta ira democrática (incluso por responsabilidad), pero ahora ya no es exactamente eso. En un rápido huroneo por las tertulias escucho lo mismo que hace seis meses, como si no fuésemos algo más viejos que cuando entonces (Umbral). Estamos tan igual que da susto, tan escasos de respuestas que el primer impulso es sentarse a no pensar. Ya no me seducen los correctivos, ni la utopía municipal, ni los discursos inocuos de los que tienen la lección bien aprendida. Nunca hubo un momento mejor para la política que fuese hundido por la política misma. Al menos no lo hubo exactamente igual en España.
Suele ser más fértil un error que la inacción, pero lo que ha sucedido en estos meses es algo alarmante: la impericia. Fue preferible dejar pasar turno y volver a convocar al personal antes que generar un proyecto. Podría ser que en junio se repitiera el escenario de los resultados del año pasado y que aquello que no quisieron hacer sea el último alivio. ¿A quién le facturamos entonces el tiempo perdido? Tendremos que jugar a la virginidad política y pensar que ahora sí. Pero en verdad sabemos que no. Nos van a vender más caros los votos que un poco antes ellos mismos desecharon. Esto es como el que vende por gazpacho un agua con pimentón.
Hay un poema de Kipling estupendo: "¿Qué cuento podrá servirme aquí, en medio/ de mis jóvenes enfurecidos, defraudados?". Se ajusta muy bien al medioambiente emocional. Hasta los más oxigenados del arco parlamentario tienen hoy algo de fósil, de galápago centenario, de sagrada forma sin estrenar.
Los mismos que provocaron todos los asombros se han cargado antes de tiempo su negocio. Nada se sostiene si sólo se apoya en el zureo del chisme. Y en política es exactamente lo que tenemos. Los candidatos han quedado para la pasarela en las teles, haciendo reclamo con lo que ya sabemos, erosionándose sin remedio como preopinantes que en vez de generarse mayorías se las van restando. Es todo muy raro.
Estos hombres han pasado a ser el faralae de la democracia. Siguen empeñados en anticipar la realidad que se les quedó atrás. Un día creímos que las cosas, en política, sucedían casi siempre antes de ocurrir y ya vamos por la segunda convocatoria de las mismas elecciones. Es decir, por la secuela. O sea, por el desencanto.@Antoniolucas75
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