CATA DE LIBROS: "Retazos" ... por Jose Antonio Hernandez Guerrero


En nuestra sección CATA DE LIBROS les ofrecemos un capítulo del libro "Retazos, Manuscrito encontrado en el Mentidero" de Jose Antonio Hernandez Guerrero, editado por la editorial jimenata "El Castillo de Jimena " de José Regueira.
Se trata del capítulo titulado "El baño en el Rio":
El Baño en el Rio:
En los primeros días de estancia en mi primera parroquia, en aquel primer verano quieto e inmenso lejos del mar, el calor apretaba de una forma desconsiderada, y yo lo sentía de una manera nueva. Me parecía, no ya más intenso, sino, sobre todo, más espeso y más pesado que el las dos únicas ciudades en la que, hasta entonces, había vivido.


Una de aquellas tardes soporíferas del mes de agosto, me decidí, por fin, a darme un remojón. Me habían dicho que, saliendo del pueblo por el lado contrario al de la carretera, a menos de dos kilómetros, encontraría un meandro -un recodo- con una poza bastante profunda. Estaba defendida de los vientos por altos chopos y por un denso cañaveral.


Tenían tazón -pensé- los que lo habían bautizado con el nombre de la "Piscina" porque, efectivamente, con el fondo en desnivel, con las aguas semiquietas y con aquellos escalones cincelados por la acción corrosiva de las diferentes crecidas, parecía una verdadera piscina olímpica.


Dejé la sotana cuidadosamente plegada entre las cañas, y me di un chapuzón en aquellas claras aguas, bastante más frías de lo que había supuesto. Tonificado y repuesto, me senté para disfrutar de la ligera brisa, y, apoyada la espalda sobre el tronco tierno de un chopo repleto de ágiles hojas, frescas y luminosas, me dispuse a rezar el breviario.


Apenas habían transcurrido unos veinte minutos, cuando empezaron a aparecer chavales y chavalas de edad que oscilaba entre los quince y los veinte años. Por los comentarios que posteriormente escuché, habían hecho un descanso en las tareas de recogida del algodón.


Conforme iban llegando, con rapidez y con naturalidad, se despojaban de todos sus sudados vestidos y, de un salto casi automático, se lanzaban en cueros vivos, unos de cabeza y otros de pie, a la charca.


Yo, totalmente sorprendido, no sabía qué hacer: si salir corriendo dando muestras de escándalo o permanecer allí sentado, aparentando tranquilidad.


La verdad es que, por el rabillo del ojo, contemplaba de soslayo aquel espectáculo para mí tan sorprendente y tan chocante. Miraba y calculaba todas las medidas de aquellos cuerpos lozanos con la blancura reveladora de la piel de sus nítidos vientres, el moreno de sus pechos, de sus brazos y de sus piernas: si no hubiera sido por las abundantes vellosidades, hubiera jurado que estaban cubiertos por aquellos bañadores de los años veinte. Tal era el contraste entre el claridad de sus cuerpos y la oscuridad de sus extremidades.


Allí nadie se preocupaba por cubrir las partes más íntimas ni por disimular los volúmenes o las formas más desproporcionados. Cuando más concentrado estaba reflexionando sobre la relatividad de las pautas sociales y de los hábitos morales, y sobre la radical desnudez que todos llevamos con nosotros, se me acercó una buena moza que con desparpajo me espetó:


- Chaval, ¿Tú por qué te bañas con pantalones? ¿Es que la tienes demasiado corta?


Jose Antonio Hernandez Guerrero

Puedes ver otros capitulos de este libro:
LA BODA
LA FREGONA

13 de enero de 2011
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