La muerte y sus consecuencias económicas (2), por Rafael Fenoy


Puedes ver el primer artículo de esta serie aquí.
Ya ha llegado la negra “parca” y arrebatando la vida deja en solitario desconsuelo a quienes le amaban. Y es así siempre y nos llega a todas las personas. Y en cualquier caso supone un costo añadido al impacto emocional, tanto en gestiones como de dineros que deben soltarse precisamente en momentos de luto.

¿Cuánto cuesta morir? Desde el punto fisiológico, una enormidad. Son muy pocos los casos en que el difunto pasa casi sin percibirlo del ser a no ser. Normalmente la naturaleza se resiste a perder la vida. Nuestras células y órganos están especialmente dotados para sobrevivir y estos mecanismos se ponen en funcionamiento cuando la muerte toca nuestra puerta. En muchas personas el momento de fallecer se hace interminable, en ocasiones con agonías tan amargas que los allegados quedan marcados de por vida al haber experimentado el horror de un prolongado sinsentido. Mucho tiene que andar la ciencia médica y las conciencias para hacer de la muerte un tránsito apacible y sin dolor. La inteligencia humana que se aplica intensamente a otros campos científicos y éticos debería encontrar la manera de que la muerte llamada “natural”, no accidental, quede al margen de la angustia. Pero eso será motivo de otras reflexiones.

Centrémonos ahora no en el costo emocional que toda muerte conlleva y fijémonos en lo económico. Un aspecto en el que los que vivimos podemos hacer muchas y buenas cosas. Desgraciadamente he vivido en primera persona cuatro últimas despedidas y el costo medio de las mismas se acerca a los 5000 euros. Estos se reparten más o menos en algo más de 1400 euros para la funeraria que incluye el traslado de la persona difunta, sobre 500 euros el alquiler de la sala en el tanatorio, entre 1500 y 2500 euros el ataúd, y el resto se reparten entre flores, ceremonia religiosa, certificado médico, enterramiento o incineración y varios. Los directamente afectados por todo ello son los familiares, ya que desgraciadamente la persona difunta de nada se entera.

Algunas personas suscriben un seguro para cubrir esos gastos con una cuota variable en función del conjunto de “prestaciones” que se recibirán cuando haya fallecido. Esta cuota se aproxima a los 300 euros, que se abonan anualmente y que acumuladas a lo largo de 50 años suponen algo más de 25000 euros, si le añadimos los intereses que las aseguradoras obtienen con la gestión financiera de esas 50 cuotas. Sin mucha matemática podemos deducir que el asegurar el sepelio de una persona le aporta a las empresas privadas aseguradoras pingües beneficios. Tanto la organización de los sepelios, como el costo económico que supone a las familias de las personas difuntas, nos llevan a la conclusión de que es muy necesario socializar este aspecto esencial de la naturaleza humana, ya que si colectivizamos servicios públicos mediante el pago de impuestos, no se entiende que precisamente el servicio de “pompas fúnebres” (como antaño se denominaba) que hay que prestar necesariamente a todas las personas esté en manos privadas.. Con nuestros impuestos se hacen carreteras, aunque algunas personas no puedan disfrutar de ellas, o universidades aunque muchas personas no las utilicen, entonces ¿por qué no garantizar a toda la población la atención mortuoria mediante un servicio público sostenido con nuestros impuestos? Fdo. Rafael Fenoy Rico Comunicación Educación CGT

30 de octubre de 2012
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