El amor, esa corriente subterránea que nos nutre.
Si tenemos en cuenta las vidas de muchos hombres y mujeres ejemplares, podemos llegar a la conclusión de que, en ocasiones, la debilidad, la pobreza o la insignificancia pueden ser los estímulos que generan y alimentan el amor. Estos testimonios demuestran que el amor no es un impulso irracional como los instintos o como las querencias de los animales sino, por el contrario, una energía vital, misteriosa y luminosa, que podemos orientar racionalmente, guiados por principios ideológicos, orientados por valores evangélicos, aplicando criterios éticos y siguiendo pautas racionales.
Amamos a nuestros hijos, a nuestros consortes, a nuestros padres y a nuestros amigos, no porque sean buenos, simpáticos o agradecidos. Y es que, efectivamente, el amor es la única clave inexplicable que es capaz de dotar de sentido al “sinsentido”; es un vínculo paradójico: además de una necesidad, es una obligación y, además de un don, es un buen negocio.
Por: José Antonio Hernández Guerrero
Estoy convencido de que es la única flor que no se pudre, la única cosecha que el tiempo no calcina ni los vientos esparcen sus restos por muy sutiles que sean.
San Pablo explica cómo el amor, cuando es auténtico, es una chispa eterna y un fuego inextinguible que nunca se convierten en cenizas. Quizás el secreto de su supervivencia y de su fecundidad estribe en que más que río caudaloso -más que hinchazón o brillo, más que volcán o rayo- es una corriente subterránea que nos nutre.
Estoy convencido de que es la única flor que no se pudre, la única cosecha que el tiempo no calcina ni los vientos esparcen sus restos por muy sutiles que sean.
San Pablo explica cómo el amor, cuando es auténtico, es una chispa eterna y un fuego inextinguible que nunca se convierten en cenizas. Quizás el secreto de su supervivencia y de su fecundidad estribe en que más que río caudaloso -más que hinchazón o brillo, más que volcán o rayo- es una corriente subterránea que nos nutre.