Carta a una soldado
Querida hija:
Hace tiempo compartimos contigo tus dudas e inquietudes ante la idea de hacerte soldado.
Todos en la familia estamos convencidos de que a tu edad es preciso que en libertad adoptes decisiones que marcarán sin duda un rumbo en tu vida, aunque estas decisiones sean por un tiempo limitado. El incierto futuro, por no calificarlo de manera más dramática, pesó como una losa en este asunto. Y sabes bien que no influimos en tu decisión. Al fin y al cabo, como tú decías, un trabajo es un trabajo. Aprovecho la ocasión para, en la distancia, comentarte algunas reflexiones que en su momento me impuse la obligación de no hacerte.
La vida es corta, eso se sabe a medida que vas cumpliendo años, y como dice la canción sólo se vive una vez, por ello tu tiempo, tu valiosísimo tiempo, no tiene precio, y mucho menos si pretendes vivirlo en la mayor de las libertades. No es preciso que me extienda, ya que hemos hablado bastantes veces, de que la libertad conlleva una profunda responsabilidad. Todo trabajo supone una carga de venta de tiempo, de tu tiempo, ineludible, al menos en la sociedad en que vivimos. Por ello el trabajo que se desarrolla debe estar en sintonía con el ideal de vida que se tiene, de forma que tu trabajo sea en parte tu propia vida y no llegues a percibir que la pérdida de tiempo que a él dedicas es insostenible.
El ejercito, como la Iglesia, han sido dos poderes que han pesado enormemente sobre nuestra historia. Millones de jóvenes han dejado sus vidas tanto en una institución como en la otra. En el terreno militar la han dejado definitivamente en los campos de batalla de las innumerables guerras a las que los poderosos de cada tiempo los han empujado en este país. La resultante de todas estas contiendas siempre ha sido la misma: más poder para unos cuantos.
Por otro lado, todo trabajo se desarrolla en un ambiente de disciplina, pero el orden jerárquico que se establece en la institución militar es específico de ella. La obediencia en la cadena de mando es una esencia del ser militar y esta exigencia de ciega obediencia no casa en modo alguno con la libertad necesaria para una vida humana. Mientras las cosas van bien puedes recibir un trato normal, aunque en ocasiones no puede ser así, pero cuando la acción militar se desarrolla, la pérdida absoluta de iniciativa propia es una exigencia del guión. Por eso, aunque se esfuerzan en explicar a la juventud que el “oficio” de soldado es uno más, no acaban de convencer a casi nadie. A ti te convencieron, es evidente, pero siempre queda tu capacidad de reflexión para discernir entre la ciega obediencia, el deber cumplido y la irrenunciable cuota de libertad de que debes gozar en todo momento para ser esencialmente humana.
Que un pueblo debe estar preparado para defenderse, es evidente. Lo que ya no lo es tanto es que deba hacerlo siguiendo patrones ancestrales, basados en las virtudes castrenses y menos en una sociedad en la que las tecnologías aplicadas al arte de matar se han desarrollado al límite de la ciencia ficción. Y no te quepa duda de que seguirán desarrollándolas. Un pueblo convencido de la no violencia, de la resistencia pasiva, con un espíritu indomable a las imposiciones, sean de los amos propios, o extraños invasores, que pretendan domesticarlo, es la garantía de la mejor defensa e independencia posible. Para defender este país no se precisa de escalas de mando, ni estructurasmilitares a la antigua usanza. Basta con que asumamos colectivamente la responsabilidad de auto dirigirnos y de no renunciar en modo alguno a la libertad.
La que te quiere desde siempre Tu madre.
Recomendado por Rafael Fenoy