Chanquete ha muerto ... por Juan Carlos Aragón


"Porque todos los veranos/ son el mismo repetido/ y con tanto tinto/ al final llegó el final..", que terminaba el popurrí de Los Tintos de Verano. Pero confieso que mis veranos, desde que cambié el tinto por el café y la noche por la mañana, no se repiten. Duran menos, pero son más largos. El verano es la estación favorita de los inútiles, la única en la que no resulta capital el pecado de la pereza, la ideal para confundir el descanso con la pérdida del tiempo. Es lógico. En el sur es la estación más dura. Autoriza el bajo rendimiento. Mientras los profesores nos llevamos dos meses de vacaciones y una paga extra —por la misma cara, porque durante el curso trabajamos menos que los alumnos, todo sea dicho— los albañiles se ganan un jornal y la mitad del cielo, los camareros aparecen como la nueva forma reglada de esclavitud y los empresarios hosteleros se ganan el pan, la ostra, el coche de lujo y la mitad del infierno, las tabletas de chocolate se estiran al sol y las gordas se ponen más gordas todavía.



El verano quizá sea la época del año en la que mejor se manifiesta la desigualdad económica de nuestro país, y con ella, la contradicción social que significa aceptarla. Presumir del turismo como primera industria equivale a valorar profesionalmente nuestra condición de serviles, de mayordomos del germano pudiente, cuya propina —limosna— se celebra con la misma alegría que la bendición papal, cuando ambas vienen a valer lo mismo. Todo parece que funciona, pues cada cual de antemano asume su rol: mientras nosotros cuatro jugamos al padel, vosotros cuatro nos vais abriendo el chiringuito para después del partido, y mientras mi mujer le pone a Borja la protección y el bañador, tú vas cargándonos el carro de cerveza fresquita, dentro de una lógica que desemboca en la depresión post-vacacional, producto de la brusca ruptura de los roles establecidos para el verano: mientras los primeros vuelven a trabajar como cabrones, los que han estado trabajando como cabrones se quedan sin trabajo. En septiembre, los primeros se quedan sin tiempo; los segundos, sin dinero. Menos mal que —al menos en Cádiz— muchos empiezan a ensayar con su comparsa y, quiera que no, las nuevas melodías mitigan la decadencia, evaden de la realidad y distraen la conciencia del pobre, que no por no cantar deja de ser más pobre. El Concurso del Falla servirá de autopista hacia el palo, y una semana más profana que santa nos pondrá de nuevo en los abriles desde los que volverá a otearse otro inminente verano, "porque todos los veranos, son el mismo repetido", y el resto de las estaciones también. El ciclo se repite y todo es un símbolo con valor de equilibrio y supervivencia.

El problema lo tenemos los poetas. El verano ya no da ni para la canción que llevaba su nombre. La crisis ha reducido las vacaciones en la costa a una quincena, o incluso a una semana, con lo cual ya no hay tiempo para que fragüe ese amor de verano, cuyo olor te duraba hasta que se hacían perpetuas las lluvias y el frío, y te daba fuerza para resistir el traumático y bochornoso principio de curso. Hay que venir enamorado de la primavera—como mínimo— o follas menos que el chófer del Papa, que siempre va diciendo adiós. La intercomunicación de la aldea global ha convertido al mundo en romería, y ya no queda un rincón con encanto en el que surjan los sonetos y las liras de leve rima asonantada, pues no tiene encanto un Lago de Ercina al que ya no te dejan subir con tu coche, ni un puente de Rialto en el que tienes que usar los codos para cruzar. Lo malo de la crisis demográfica es que el envejecimiento de la población satura los paraísos terrenales de descuentos para pensionistas. Chanquete da fe de que la resurrección de la carne no es un hecho religioso, sino científico. Ya no quedan barbacoas que huelan a Trofeo, ni chiringuitos que te desaten el hambre, ni Irigóyenes que fichen a Mágicos, ni equipos que entrenen en la playa. Para colmo, el levante cabrón ha vuelto a soplar y habéis enterrado una vez más a la caballa inextinguible. Desagradecidos. En un mundo así la poesía no ha lugar. Todo está preparado para que gane Martínez Ares. Yo me voy a la Habana, a ver si queda algo que me guste.

JUAN CARLOS ARAGÓN.

31 de agosto de 2015
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