El ‘seppuku’ del PA :
Los militantes del Partido Andalucista han decidido hacerse el harakiri, con la pequeña katana de sus escasas cosechas electorales.
La decisión ha tenido que ser necesariamente dura y, por lo tanto, inevitable. Ahora, la estructura de dicha formación quedará reducida a una suerte de gestoría que le preste servicio a sus concejales y a sus alcaldes, los últimos cargos electos que le quedan al logotipo de esa mano con aire de olivo que nació en los años 60 y que agoniza como consecuencia probable de sus errores políticos y de un claro problema de comunicación.
Demasiadas contradicciones probablemente o un difícil equilibrio entre sus diferencias internas, tanto de talante como de convicciones ideológicas, que lo mismo han dado para un controvertido Pedro Pacheco que para un Carlos Cano, cuya memoria hermosa sigue en el horizonte eterno de la utopía. Más allá del romanticismo inicial de Alejandro Rojas-Marcos y el posibilismo verdiblanco de Luis Uruñuela, quizá quepa preguntarnos cómo han tardado tanto en disgregarse unas siglas que lo mismo han cobijado las ganas honestas de Arturo Moya, Pilar González, Antonio Jesús Ruiz o Pilar Távora que desafueros retrógrados como el que protagoniza el alcalde de Coria al aceptar la decisión de una asamblea de vecinos para retirar del cementerio el memorial por los demócratas asesinados, como Blas Infante, durante el golpe fascista de 1936.
Semejantes o peores errores han cometido otras formaciones y no les ha costado la desaparición. Quizá a los andalucistas les ha faltado quienes les escriban, quienes les financien, quienes les disculpen y les pregonen al mismo tiempo. En vez de harakiri, los japoneses preferían utilizar el término culto seppuku. Tal vez quepa aplicarles el proverbio enunciado en el siglo XVI por Uyesugi Kenshin: «Quienes se aferran a la vida mueren, quienes desafían a la muerte sobreviven». Ojalá su espíritu resucite, con el mismo honor con el que desaparece.
A Andalucía, al menos, le haría falta.
J.J. Tellez
