La situación es penosa, en efecto.
Pero no por lo que afirman algunos editores, empresarios, analistas y vividores del bipartidismo. Sino por lo contrario. Tras la espantada cobarde y estratégica de Rajoy, existe la oportunidad de formar una alianza de izquierdas con el apoyo puntual de los viejos nacionalistas vascos y catalanes. Como se esperaba, los poderes fuertes están haciendo cuanto pueden –perdiendo hasta el pudor en la cruzada-- para torpedear esa vía de salida hacia la cacareada gobernabilidad, mientras los propios implicados en el envite no parecen conscientes de su responsabilidad, o quizá ignoran, o prefieren ignorar, que podría no aparecer una ocasión parecida en mucho tiempo.
Convendría antes de nada dar por hecho que Mariano Rajoy, ese enigma de corcho, es un cadáver político con una agenda única y muy vacía, que consiste en obedecer las órdenes de los que mandan de verdad (los corruptores) y en regresar al plasma materno de forma segura, es decir, con el salvoconducto que le libre de una posible imputación judicial.
Que en ese camino se le ocurra hacerle un desaire al jefe del Estado, y decirle a un falso Puigdemont “tenemos que hablar”, habrá que tomarlo como una más entre sus incontables gaffes. Aunque ambas cosas juntas conceden un toque final de infantil surrealismo al catastrófico legado del registrador. Una vez digerida esa realidad –el PP necesita cambiar de líder y además pactar con el PSOE para seguir gobernando--, Pedro Sánchez no debería haberse puesto tan nervioso por la fuga del presidente en funciones. Al revés, un líder con visión, equipo y coraje habría reaccionado llamando a Pablo Iglesias, a Alberto Garzón, a vascos y catalanes, y les habría dicho: nos toca a nosotros.
Es cierto que Sánchez no es un líder autónomo y que está viviendo un calvario, asediado por el fuego enemigo y sobre todo por el amigo. Su comité federal y sus barones lo tratan como al encargado, los medios concertados y el PP le dicen lo que debe o no hacer y lo ponen de vuelta y media en público y en privado, y unos y otros tratan de hacerle un bondage con cuerdas visibles, translúcidas y secretas. Pero Sánchez sabe mejor que nadie que el PSOE es un partido al borde del pasokazo: su cúpula y sus santones son el pulmón del bipartidismo de los negocios, los últimos adalides sureños de la socialdemocracia neoliberal europea, esa derecha “progresista” y austerófila (solo para los de abajo) que se cree mejor que la derecha reaccionaria porque mantiene un toque laico en las costumbres.
Mientras tanto, las bases (menguantes) y los electores (más todavía) del PSOE siguen siendo, más o menos, lo que eran hace 30 años: trabajadores, pensionistas, sindicalistas, obreros, profesionales liberales, parados... Gente de clase media y baja, o de lo que fue la clase media. La izquierda clásica. Gente decente que no quiere verse mezclada con gente no decente –véase a este respecto la letra pequeña de la muy cocinada encuesta de Metroscopia, hoy, en El País--. Cabe recordar además lo obvio: Sánchez es un secretario general elegido de forma democrática por los militantes, y fue el segundo candidato más votado el 20-D.
En CTXT lo entrevistamos durante hora y media (gracias por eso) y no es un animal político, no tiene el Estado ni Europa en la cabeza, y en carisma y economía anda justito. Pero parece un hombre sereno y dialogante, atrapado en un círculo dantesco de presiones y opresiones. Pónganse un momento en su piel y piensen si merece o no respeto un líder que no actúa como un becario designado por un antecesor omnipotente, que se niega a obedecer las órdenes de Felipe González y que lucha a brazo partido contra La Sultana de Triana. A Sánchez le ha tocado vivir un tiempo mucho más interesante de lo que hubiera querido. Para sobrevivir a las hienas de ambos bandos y recuperar el poder que su partido le quiere negar solo tiene una opción: atender el mensaje de sus votantes por el diálogo y el cambio, sentarse a negociar con Podemos e IU, formar gobierno. Lo bueno del caso es que su interés particular es en este momento el único que coincide con el interés de la gran mayoría social. Si se rinde y se entrega al PP-PSOE, pasokazo y otra ronda de austericidio y bipartidismo. Si pacta y preside el Gabinete, todo serían ventajas. España tendría un Gobierno capaz de afrontar la emergencia social, el asunto territorial entraría en fase de deshielo, y Podemos perdería su estigma diabólico y (es de esperar) su tendencia al cabaret coréutico y a la comunicación grillina. Y en lo personal, le daría la vida: a un secretario general se le puede atacar desde dentro a cuchilladas. Ante un presidente del Gobierno, los mandarines del PSOE y otros mariachis del IBEX tendrían la obligación de enfundar al menos las pistolas verbales.
Por mucho que Podemos sea en este momento peor que la jauría humana para González, Guerra, Rubalcaba, Almunia, Solchaga y demás beautiful-dinosaurios, todos ellos pasarían a la reserva ipso facto. Y eso que llevaríamos ganado. Por cierto, sería estupendo saber cuántos diputados de los 90 electos del PSOE apoyarían al líder si pactara con Podemos. Por el telefonazo del sábado a Albert Rivera, podría deducirse que Sánchez quizá confía más en los 40 de Ciudadanos que en 40 de los suyos. Pero con esto sucede lo mismo que con lo otro; solo hay una forma fehaciente de saberlo: en una votación de investidura.
Llegar a ese momento o no llegar no depende solo del coraje del Teniente Sánchez. Depende también de Podemos. Problema: el partido o los partidos de Pablo Iglesias, Ada Colau y compañía parecen haber calculado que les irá mejor en la vida matando al padre (o en fin, a Pedro) que acompañándolo a rehabilitarse a una casa de acogida con terapia ocupacional para que deje los viejos vicios y supere los malos tratos que le infligen sus abuelos y hermanas. Así que, de forma teatral y no poco altanera, Iglesias presentó al mundo sus condiciones (algunas de ellas, lógicas y muy aceptables, otras un poco chulescas) para formar un gobierno de coalición presidido –sonrisa del destino que debe agradecer-- por (el pobre) Sánchez. Dejando de lado la interpretación maléfica de los que, como Eduardo Madina, habían humillado al líder del PSOE en su propia casa antes de hacerse los ofendidos en su nombre, todos conocemos maneras mejores de ligar que salir en televisión con los amigotes a dictar en público las condiciones del noviazgo. Iglesias, que tanto admira a Italia, sabe mejor que nadie que los pactos --y los romances-- se sellan en la intimidad, no saliendo al recreo con la pandilla en la chepa y un megáfono para meter miedo a las aterrorizadas élites.
Pero, como ha dicho Miquel Iceta, quitando la escenografía, queda la oferta: si quieres ser presidente, hablemos. Todo lo anterior podría tener incluso gracia, pero no la tiene en absoluto. Es hora de que PSOE, Podemos e IU se pongan de acuerdo para gobernar. En España, un tercio de la gente las está pasando canutas, un tercio de los menores está pasando frío y privaciones, el 40% de los jóvenes están en riesgo de pobreza, hay 5 millones de parados y cientos de miles de familias dependiendo de la pensión de la abuela. Eso por no hablar de Europa, donde el fascismo, la xenofobia, la homofobia y las peores locuras de los años 30 regresan de golpe y casi por todas partes, desde Polonia a Gran Bretaña (¡esas puertas pintadas!), de Hungría a Francia, cebándose siempre con los más débiles, los refugiados, los musulmanes, los gitanos, los otros.
No es por tanto el momento de ponerse flamencos, ni de montar funciones de teatrillo político, ni de jugar a las sillas y los tronos, ni de llamar a Rivera, ni de exigir cargos, ni de meter miedo a los viejos, ni de pararse a leer las falacias y manipulaciones de los medios que intentan perpetrar el gatopardazo para no tener que afrontar sin el paracaídas estatal su alejamiento de la realidad. Es el momento de desalojar a la derecha corrupta del poder, de aparcar los egos, de dejar de lado los tacticismos y los intereses particulares y de sentarse a negociar. El PSOE, Podemos e IU suman 11 millones de votos. Dejen por un momento de mirarse el ombligo y otros órganos, y, por favor, siéntense a negociar. Háganse esa cortesía, y sobre todo, hágansela a un país saqueado y corrompido, a una sociedad fracturada y devastada por las políticas liberales y a un continente enloquecido, que cada día que pasa da más vergüenza y más miedo.
Allende dijo hace 50 años, retomando las palabras de Rosa Luxemburgo: “Socialismo o barbarie”. Hoy estamos otra vez en las mismas. Izquierda o barbarie
Miguel Mora en CTXT