¿Quién nos iba a decir que los ingobernables españoles íbamos a estar dos semanas sin gobierno sin que ningún gorila sacara los tanques a la calle? Debe ser la madurez democrática, que dicen los entendidos. Mientras se ponen de acuerdo los partidos políticos en qué hacer con ellos mismos, relajémosnos y disfrutemos de esta situación inédita. Viene a ser como ese día mágico, el sábado santo, en el que los cristianos no tienen Dios. La Moncloa está cambemba y a quienes no somos del Ibex 35 no nos acongoja especialmente la situación. Debe ser la inmadurez genética, que también dicen los entendidos.
De ahí mi artículo de hoy :
España lleva más de diez días sin gobierno y no ha ocurrido ningún cataclismo. Tampoco Cataluña ha empeorado sustancialmente sus parámetros después de tres meses a verlas venir. Bendita acracia: en el corazón capitalista de Europa toma cuerpo la utopia de Kropotkin, que creía que el anarquismo era el sistema de socialismo sin gobierno. Vale que no hay socialismo propiamente dicho, pero el presidente y sus ministros siguen en funciones, lo que no deja de ser un consuelo.Algo es algo. De repente, el ultimo verano de hace cuarenta años, cuando el dictador estaba a punto de espicharla y las calles españolas gritaban “amnistía, libertad y gobierno provisional”. Ahora, justicia poética, todo es provisional, aunque la ley de amnistía, a juicio de los franquistas, sirviera también como punto final para amnistiar al franquismo. Y la libertad, bendito Pablo Guerrero, siga siendo fundamentalmente una palabra escrita en la pared.
En aquellos tiempos, el poder real exigía gobiernos fuertes para domesticar el libertinaje, la revolución y el descontento de la chusma. Hoy en día, ni hay descontento, ni revolución ni libertinaje, así que da igual que haya gobierno o no lo haya porque todos saben quien manda en realidad y nadie parece saber como asaltar su palacio de invierno.
España y Cataluña van camino de emular a Bélgica, que estuvo año y medio sin gobierno y ni siquiera salió perdiendo la calidad de sus pasteles ni sus mejillones. Incluso, tras 540 días con un gobierno provisional, mejoró sus cifras de paro, la cota del déficit e incrementó el salario mínimo. Ocurrió en 2010 , cuando ganó las elecciones la Nueva Alianza Francesa, partido republicano y conservador que impulsaba paradójicamente la independencia de Flandes, la antiquísima colonia española de las novelas de Alatriste y del cuadro de Velázquez. Aquel partido ganó pero no tuvo suficiente mayoría para gobernar y fracasó a la hora de buscar aliados. ¿Les suena de algo? A finales del año siguiente, fue el socialista francófono Elio di Rupo quien termminó asumiendo el cargo de primer ministro con un gobierno en el que cohabitaban seis ministros francófonos y otros seis flamencos, a partir de la lianza de seis partidos, incluyendo a socialistas, democristianos y liberales de las dos principales comunidades belgas, la neerlandesa y la francófona, por no hablar de los germanoparlantes y de los valones. Como denominador común de todos ellos, el compromiso de una reforma constitucional que transfiriese mayores competencias a los entes federales, con una mayor autonomía fiscal para las regiones.
A pesar de las apariencias, España no es Bélgica ni Cataluña es Flandes. Pero la incógnita estriba en si Pedro Sánchez puede ser Elio di Rupo. El PSOE, en la actual encrucijada española, no sólo está en el ojo del huracán sino que puede convertirse en un huracán interno. Al día de hoy, resulta paradójico que el antiguo partido del antiguo Pablo Iglesias le haya robado protagonismo a Papá Noel durante estas fiestas, cuando quien tendría que haber apechado con el severo revés del 20 de diciembre es precisamente el partido que aparentemente las ganó, pero que al mismo tiempo se dejó en el camino tres millones de votos y un buen puñado de escaños.
Mariano Rajoy desde el eterno plasma de la perplejidad espera que los Reyes Magos le traigan mayoría suficiente para ser investido, e incluso se apresta a negociar la mesa del Congreso con Ciudadanos del capidisminuido Albert Rivera. Pareciera que en Génova sólo estuvieran preocupados por la sucesión de Esperanza Aguirre a manos de Cristina Cifuentes. ¿Por qué espera que el cisma socialista facilite su permanencia en La Moncloa cuando ni los partidarios de Sánchez ni los de Susana Díaz aceptan que, por activa o por pasiva, el PSOE pueda mantenerle en la presidencia? Sólo la historia nos dirá si el PP cuenta con información privilegiada o es víctima de un shock anafiláctico.
En rigor, el PSOE es como uno de esos superhéroes Marvel al que le empiezan a fallar los superpoderes y cualquier decisión que tome puede convertirle en víctima de sus archienemigos. Si su abstención facilita la reelección de Rajoy, le será más difícil vender dicha estrategia que al PSA de Alejandro Rojas Marcos cuando apoyó la investidura de Adolfo Suárez en 1979 a cambio de un grupo parlamentario propio. Si decide negarle el pan y la sal a los marianistas e intentar formar un gobierno pentapartito, tendría que fichar a los guionistas de “Borgen” para intentar darle un final feliz a la experiencia. Y si todo desemboca en unas nuevas elecciones, los socialistas no van a tener fácil siquiera repetir sus actuales resultados, cuando los votantes de derecha probablemente vuelvan a arropar al PP para ahorrarle el actual quinario al Ibex 35.
Pasaron los tiempos de Largo Caballero y de Julián Besteiro, pero el PSOE sigue inmerso en esa cohabitación interna entre moderados y radicales, entre jacobinos y neoconstitucionales. Dicho partido no volverá a ser el mismo a partir de ahora, porque todo apunta a que pierde la centralidad que le hizo protagonizar la política de este país desde el órdago de Suresnes al de las elecciones constituyentes de 1977 y su primera y abrumadora victoria en 1982. Pedro Sánchez pretende liderar un gobierno de izquierdas con el respaldo del nacionalismo de derechas y Susana Díaz robarle electores a la derecha y al centroderecha. El problema, en cualquier caso, estribará en si los socialistas son capaces de conservar a los votantes de izquierda. Máxime en un escenario en el que Podemos no tiene nada que perder y mucho que ganar, por más que Alberto Garzón parezca dispuesto a crear una nueva marca electoral que enjugue el fiasco de Izquierda Unida, con sólo dos diputados a pesar de su millón de votos.
Nadie sostendría al PP de Mariano Rajoy y un gobierno de cinco partidos con Pedro Sánchez al frente no sería sostenible. Eso afirman, en estos días, casi todas las bolas de cristal. Sería bonito, empero, asistir al empeño de los conservadores de negociar ley por ley, incluyendo la de presupuestos, después de cuatro años de mayoría absolutista. Y sería interesante saber si el PSOE podría contener la marea independentista y sacar al alimón leyes de emergencia social, pactos educativos y reformas constitucionales. Lo más probable es que no ocurra ni una cosa ni otra y que las urnas vuelvan a florecer en primavera. ¿Y si nos ahorramos todo esto de momento y seguimos como estamos, sin demasiados sobresaltos los viernes, tras el Consejo de Ministros? Al menos, durante 540 días. Como si fuéramos belgas. También tenemos derecho, jolines, a ser provisionales.
Un gobierno provisional
España lleva más de diez días sin gobierno y no ha ocurrido ningún cataclismo. Tampoco Cataluña ha empeorado sustancialmente sus parámetros después de tres meses a verlas venir. Bendita acracia: en el corazón capitalista de Europa toma cuerpo la utopia de Kropotkin, que creía que el anarquismo era el sistema de socialismo sin gobierno. Vale que no hay socialismo propiamente dicho, pero el presidente y sus ministros siguen en funciones, lo que no deja de ser un consuelo.Algo es algo. De repente, el ultimo verano de hace cuarenta años, cuando el dictador estaba a punto de espicharla y las calles españolas gritaban “amnistía, libertad y gobierno provisional”. Ahora, justicia poética, todo es provisional, aunque la ley de amnistía, a juicio de los franquistas, sirviera también como punto final para amnistiar al franquismo. Y la libertad, bendito Pablo Guerrero, siga siendo fundamentalmente una palabra escrita en la pared.
En aquellos tiempos, el poder real exigía gobiernos fuertes para domesticar el libertinaje, la revolución y el descontento de la chusma. Hoy en día, ni hay descontento, ni revolución ni libertinaje, así que da igual que haya gobierno o no lo haya porque todos saben quien manda en realidad y nadie parece saber como asaltar su palacio de invierno.
España y Cataluña van camino de emular a Bélgica, que estuvo año y medio sin gobierno y ni siquiera salió perdiendo la calidad de sus pasteles ni sus mejillones. Incluso, tras 540 días con un gobierno provisional, mejoró sus cifras de paro, la cota del déficit e incrementó el salario mínimo. Ocurrió en 2010 , cuando ganó las elecciones la Nueva Alianza Francesa, partido republicano y conservador que impulsaba paradójicamente la independencia de Flandes, la antiquísima colonia española de las novelas de Alatriste y del cuadro de Velázquez. Aquel partido ganó pero no tuvo suficiente mayoría para gobernar y fracasó a la hora de buscar aliados. ¿Les suena de algo? A finales del año siguiente, fue el socialista francófono Elio di Rupo quien termminó asumiendo el cargo de primer ministro con un gobierno en el que cohabitaban seis ministros francófonos y otros seis flamencos, a partir de la lianza de seis partidos, incluyendo a socialistas, democristianos y liberales de las dos principales comunidades belgas, la neerlandesa y la francófona, por no hablar de los germanoparlantes y de los valones. Como denominador común de todos ellos, el compromiso de una reforma constitucional que transfiriese mayores competencias a los entes federales, con una mayor autonomía fiscal para las regiones.
A pesar de las apariencias, España no es Bélgica ni Cataluña es Flandes. Pero la incógnita estriba en si Pedro Sánchez puede ser Elio di Rupo. El PSOE, en la actual encrucijada española, no sólo está en el ojo del huracán sino que puede convertirse en un huracán interno. Al día de hoy, resulta paradójico que el antiguo partido del antiguo Pablo Iglesias le haya robado protagonismo a Papá Noel durante estas fiestas, cuando quien tendría que haber apechado con el severo revés del 20 de diciembre es precisamente el partido que aparentemente las ganó, pero que al mismo tiempo se dejó en el camino tres millones de votos y un buen puñado de escaños.
Mariano Rajoy desde el eterno plasma de la perplejidad espera que los Reyes Magos le traigan mayoría suficiente para ser investido, e incluso se apresta a negociar la mesa del Congreso con Ciudadanos del capidisminuido Albert Rivera. Pareciera que en Génova sólo estuvieran preocupados por la sucesión de Esperanza Aguirre a manos de Cristina Cifuentes. ¿Por qué espera que el cisma socialista facilite su permanencia en La Moncloa cuando ni los partidarios de Sánchez ni los de Susana Díaz aceptan que, por activa o por pasiva, el PSOE pueda mantenerle en la presidencia? Sólo la historia nos dirá si el PP cuenta con información privilegiada o es víctima de un shock anafiláctico.
En rigor, el PSOE es como uno de esos superhéroes Marvel al que le empiezan a fallar los superpoderes y cualquier decisión que tome puede convertirle en víctima de sus archienemigos. Si su abstención facilita la reelección de Rajoy, le será más difícil vender dicha estrategia que al PSA de Alejandro Rojas Marcos cuando apoyó la investidura de Adolfo Suárez en 1979 a cambio de un grupo parlamentario propio. Si decide negarle el pan y la sal a los marianistas e intentar formar un gobierno pentapartito, tendría que fichar a los guionistas de “Borgen” para intentar darle un final feliz a la experiencia. Y si todo desemboca en unas nuevas elecciones, los socialistas no van a tener fácil siquiera repetir sus actuales resultados, cuando los votantes de derecha probablemente vuelvan a arropar al PP para ahorrarle el actual quinario al Ibex 35.
Pasaron los tiempos de Largo Caballero y de Julián Besteiro, pero el PSOE sigue inmerso en esa cohabitación interna entre moderados y radicales, entre jacobinos y neoconstitucionales. Dicho partido no volverá a ser el mismo a partir de ahora, porque todo apunta a que pierde la centralidad que le hizo protagonizar la política de este país desde el órdago de Suresnes al de las elecciones constituyentes de 1977 y su primera y abrumadora victoria en 1982. Pedro Sánchez pretende liderar un gobierno de izquierdas con el respaldo del nacionalismo de derechas y Susana Díaz robarle electores a la derecha y al centroderecha. El problema, en cualquier caso, estribará en si los socialistas son capaces de conservar a los votantes de izquierda. Máxime en un escenario en el que Podemos no tiene nada que perder y mucho que ganar, por más que Alberto Garzón parezca dispuesto a crear una nueva marca electoral que enjugue el fiasco de Izquierda Unida, con sólo dos diputados a pesar de su millón de votos.
Nadie sostendría al PP de Mariano Rajoy y un gobierno de cinco partidos con Pedro Sánchez al frente no sería sostenible. Eso afirman, en estos días, casi todas las bolas de cristal. Sería bonito, empero, asistir al empeño de los conservadores de negociar ley por ley, incluyendo la de presupuestos, después de cuatro años de mayoría absolutista. Y sería interesante saber si el PSOE podría contener la marea independentista y sacar al alimón leyes de emergencia social, pactos educativos y reformas constitucionales. Lo más probable es que no ocurra ni una cosa ni otra y que las urnas vuelvan a florecer en primavera. ¿Y si nos ahorramos todo esto de momento y seguimos como estamos, sin demasiados sobresaltos los viernes, tras el Consejo de Ministros? Al menos, durante 540 días. Como si fuéramos belgas. También tenemos derecho, jolines, a ser provisionales.