EL DIA DESPUÉS DEL 26-J
A una semana de la campaña, la sonrisa se ha convertido en promesa electoral. Ojalá que, al día siguiente de que abran las urnas, no rían los últimos quienes sólo creen en el sudor, en la sangre y en las lágrimas de los trabajadores, de los parados y de las clases medias. De ahí mi artículo de "Público" esta semana.
La mayor novedad de la campaña electoral no sólo estriba en la coalición “Unidos Podemos”, una UTE que quizá termine convirtiéndose en una joint venture a largo plazo. También ha provocado una larga controversia el lema elegido para dicha plataforma de cara a la campaña del 26 de junio: “La sonrisa de un país”.
Sonreír tiene mala prensa. Una comedia tendrá menos posibilidad que un drama a la hora de obtener el Oscar a la mejor película. En la Edad Media se discutió mucho sobre la posibilidad de que Jesucristo riera alguna vez, a pesar de que la risa sea una de las cualidades que nos diferencian de los animales irracionales. A excepción de las hienas, claro está.
Es arriesgado que Unidos Podemos prometa la sonrisa, cuando el país no está para bromas: ya en la transición democrática, uno de los cantautores más progresistas de la época, el profesor y poeta Patxi Andion, anunciaba que “la España del chiste hay que acabarla”.
Una sonrisa, en cualquier caso, es distinta a la risa. Nuestras abuelas llegaban a duras penas a sonreír, entre copla y copla, entre aceite de ricino y paredones, a pesar del luto de la posguerra civil. Teófila Martínez enunció el lema “la ciudad que sonríe”, la ciudad que gobernaba al frente del Partido Popular y que, entonces como ahora, arrastra un récord de paro poco risueño.
La sonrisa, desde luego, no tiene nada que ver con las carcajadas que a veces simula Cristóbal Montoro como ministro de Hacienda y Administraciones Públicas en funciones, sobre todo cuando las cosas le vienen mal dadas. ¿Cómo fomentar la campaña de la renta actualmente en curso cuando los informativos pregonan papeles de Panamá, amnistías fiscales y el festival estatal de las trincalinas?
Muchos sonreiríamos si, sencillamente, pudiera eliminarse la casilla de la declaración de la renta que sigue otorgando una preeminencia clara a la Iglesia Católica frente a otras confesiones religiosas y causas sociales defendidas por ONGs. Otra marca España, sin duda alguna. Para sonrisa, presumiblemente profidén, la de Mariano Rajoy, cada vez que comprueba que la plusmarca de los casos de corrupción que afectan a su partido, no provocan una disminución de sus expectativas electorales, que, según las encuestas, siguen situadas en torno al 29 por ciento de los votantes.
Nada que ver con “la sonrisa del régimen”, como se le llamó a José Solís Ruiz, un célebre ministro de Trabajo durante el franquismo cuando el paro también estaba prohibido por decreto, cuando las mujeres no contaban en las filas del Inem. Ahora, el paro oficialmente disminuye y estalla un potosí de sonrisas en el gobierno central y en los autonómicos, mientras que los sindicatos gruñen con justicia que el empleo es tan precario que a veces ni siquiera tenía que ser llamado de esa forma.
Quizá ahí podríamos esbozar una sonrisa etimológica: el palabro proviene del latín “subrídere” que significa “sub-risa”, es decir una risa disminuida. ¿Cómo no disminuir la risa ante el contundente informe de la Universidad Pontificia de Comillas sobre lo que ocurre en la frontera sur con los refugiados que no logran hacer valer dicha condición en el paso fronterizo de Melilla?
No todas las sonrisas son iguales. Paul Ekman –un psicólogo estadounidense especializado en las emociones y su expresión facial—distingue hasta dieciocho tipos de sonrisas. Para contabilizarlas y catalogarlas pasó un año ante el espejo aprendiendo a controlar voluntariamente cada uno de los músculos del rostro, que casi rozan la cota de doscientos. A Ekman le preocupa distinguir sonrisas verdaderas de sonrisas falsas: ¿nos ayudarán su descubrimiento a descubrir si las sonrisas prometidas por unos y por otros son auténticas o una recreación del viejo aserto de Luis de Góngora, “ande yo caliente y ríase la gente”.
Desde Duchenne a Mark G. Frank, entre Keltner y Halter, pasando por Paula M. Niedenthal, hemos ido aprendiendo a catalogar sonrisas placenteras, afiliativas y dominantes, sinceras, forzadas o tristes, educadas, asimétricas o sincronizadas, sonrisas de vergüenza, auténticas o amorosas. ¿Cómo distinguiremos esa sonrisa patriótica que nos propone Unidos Podemos, de esas otras sonrisas que prometen bajadas de impuestos sin recortes, reformas laborales sin reformas, la defensa de lo público privatizándolo?
Cuidado con las giocondas: las sonrisas pueden ser tan seductoras como enigmáticas en la gran pasarela de los paneles electorales. Quizá nos venga la risa cuando, según Bergson, un ser humano actúe como un muñeco en lugar de actuar como se esperaba. ¿Cuándo, por ejemplo, rescate bancos en lugar de rescatar a la gente? Maldita la gracia. Ya lo escribió Mario Benedetti hace mucho: “En una exacta/ foto del diario/señor ministro/del imposible/vi en pleno gozo/y en plena euforia/y en plena risa/su rostro simple/seré curioso/señor ministro/de qué se ríe/de qué se ríe”.
A Pablo Iglesias le gustan las sonrisas. Así lo dijo respecto a Pedro Sánchez en plena negociación sobre aquel gobierno que no pudo ser: “Que sea presidente es una sonrisa del destino que me tendrá que agradecer”. ¿Quién sonreirá el 27 de junio? ¿El Ibex 35 o las plataformas anti desahucios, el soberanismo catalán, o todas las redes impúnicas de la corrupción continuada? Probablemente, la sonrisa no será la del país sino la de quienes, en los últimos cuatro años, han sido capaces de esquilmar derechos laborales, amordazar libertades y garantías sociales, sin que se les mueva un solo músculo de su cara. Dura, enormemente dura. Sin duda, como la encomiable y por supuesto legítima fidelidad de su electorado.