CATA DE LIBROS: "Retazos" ... por Jose Antonio Hernandez Guerrero


En nuestra sección CATA DE LIBROS les ofrecemos un capítulo del libro "Retazos, Manuscrito encontrado en el Mentidero" de Jose Antonio Hernandez Guerrero, editado por la editorial jimenata "El Castillo de Jimena " de José Regueira.
Se trata del capítulo titulado "El MILAGRO":
El Milagro:
Uno de los propósitos de mi actividad pastoral en Gerena de la Frontera era equilibrar los cultos y las demás actividades pastorales en las dos iglesias -la de la Misericordia y la de Santa María-. La fórmula más sencilla y más ecuánime era la de repetir todos los actos. Si celebraba una misa en la Misericordia, decía otra, una hora después, en Santa María.

Una tarde, cuando me revestía para la Bendición Solemne tras el rezo del Santo Rosario, entró Pedro, el hermano mayor de la Cofradía, y me dijo con cierto nerviosismo,

"Padre, ha muerto la Carmen"

La Carmen era una señora, viuda, alta, madre del Sueco, suegra de la Sueca y abuela de los Suecos. Todos ellos eran muy rubios y altísimos, y habían nacido, a pesar del apodo, en el mismo Gerena de la Frontera.

La Carmen era, además, muy religiosa, sin llegar a ser beata. Era uno de los cinco enfermos que comulgaban todos los Primeros Viernes de mes. Por esta razón no me preocupé demasiado y decidí entrar en su casa cuando pasara camino de la iglesia de Santa María donde tenía que binar. La Carmen vivía al lado del estanco de doña Julia, en plena calle Principal.

Dejé la Vespa delante de la puerta, al cuidado de Isabelita, quien siempre aprovechaba mis continuos viajes, para darse un paseo y saludar con voces a todo el que pasaba.

En algo más de una hora, la casa se había llenado de compungidos convencinos. La mayoría todavía estaba impresionada por tan inesperada noticia. A otros, por el contrario, no les había extrañado demasiado la muerte ya que conocían la dolencia cardíaca que padecía desde hacía cerca de veinte años.

La nuera salió a recibirme cubriéndose con el pañuelo el único ojo que, por lo visto, le lagrimeaba. La madre Asunción, la superiora de las monjas del Amor de Dios, interrumpió el rezo del rosario y me dejó sólo con el cadáver de la Alemana. Estaba vestida de negro, sobre una cama que, a juzgar por su altura, debía tener varios colchones.

Me acerqué al oído izquierdo y con voz suave pronuncié la siguiente fórmula de contricción:

-¡Señor, te pido perdón. Te amo!.

La Carmen giró levemente la cabeza y me contestó en el mismo tono:

- ¡Padre, que fatiguitas más malas! Haga el favor de darme las gafas que están encima de esa mesilla de noche!

Cuando entramos los dos agarrados del brazo en el comedor, la nuera dio un grito casi histérico:



- ¡El padre acaba de resucitar a la abuela!

Yo, naturalmente, tuve que salir corriendo hacia la parroquia para decirle a Juan que dejara de doblar las campanas.

Todavía, cuando me encuentro a su hijo Juan, me abraza y me da efusivamente las gracias por el milagro que hice con su madre.
Jose Antonio Hernandez Guerrero

Puedes ver otros capitulos de este libro:
LA BODA
LA FREGONA

BAÑO EN EL RIO

17 de enero de 2011
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