Aunque es cierto que, para seguir creciendo personal y colectivamente, hemos de cultivar el espíritu crítico e, incluso, defender el principio de la libertad para expresar libremente las propias opiniones, también es verdad que no todas las opiniones poseen el mismo valor. Cuando se aprovecha la libertad de expresión para ofender o para denigrar de forma generaliza todas las ideas que no coinciden con las propias, corremos el riesgo de contribuir a la ruina propia, a la eliminación de la convivencia y a la destrucción de la sociedad. En mi opinión, la crítica desbordada mata el poder de la crítica.
Hemos de partir del supuesto, reiteradamente confirmado por nuestras propias experiencias, de que el discurso crítico que no abre vías de solución a los problemas reales, cae en el vacío y genera un escepticismo generalizado que propicia la burla generalizada.
En el mundo actual, si no desarrollamos nuestra destreza crítica, corremos el riesgo de ser víctimas de esos poderes difusos como, por ejemplo, la opresión que ejerce la maquinaria económica u otras fuerzas no menos paralizantes como los omnipresentes medios de comunicación que nos martillean desde la mañana hasta la noche y día tras día con el mismo mensaje para evitar que nos formemos nuestras propias opiniones. Nuestras decisiones se basan en la información de que disponemos que, a veces, es parcial, incompleta, sesgada, interesada o falsa, pero, incluso en el caso de que no lo sea, ha sido seleccionada, agrupada y formulada con la intención de orientarnos hacia una determinada dirección que suele beneficiar a los poderosos.