Algunos calvos, con pelucas o con hábiles peinados, no sólo
disimulan la carencia de pelos sino que, además, tratan de convencerse a sí
mismos de que gozan de una poblada cabellera. No caen en la cuenta de que el
disimulo aumenta los defectos ni tampoco advierten que los engaños suelen ser
traicioneros. Una cosa es esforzarnos por mejorar el aspecto y otra muy
distinta aparentar lo que no somos. ¡Hay que ver la frecuencia con la que los
ignorantes fingimos ciencia, los torpes simulamos talento, los
"malages" aparentamos gracia, los feos presumimos de elegancia, los
perversos alardeamos de bondad, los cobardes nos jactamos de valentía y los
orgullosos nos vanagloriamos de humildad! No somos conscientes de que las
falsedades y las falsificaciones producen risa, pena y lástima.
Hemos de reconocer,
además, que, si el optimismo y el pesimismo deforman la realidad, el excesivo
realismo puede impedir el conocimiento de las dimensiones reales de los objetos
y la importancia de los sucesos ocurridos a nuestro alrededor. Cuando nos
acercamos excesivamente a las cosas, perdemos de vista sus verdaderas
dimensiones y nos resulta difícil
interpretar sus significados, sus valores, sus defectos y sus consecuencias; cuando
sólo aplicamos los sentidos, sin añadir unas gotas de imaginación, de
ilusiones, de fe, de esperanza y sobre todo, de amor, es inevitable que sintamos
desinterés, aburrimiento y hastío.
Para evitar estas amargas sensaciones, sería
conveniente que dedicáramos algún tiempo a fortalecer nuestro mundo interior, a
descubrir los valores que realmente nos gratifican, a recordar experiencias
positivas, a proyectar actividades que nos distraigan, y, sobre todo, a
elaborar unos proyectos que nos sirvan para que, desde nuevas perspectivas,
modifiquemos la realidad integrando los objetos y las acciones en un proyecto
global atractivo que nos proporcione unidad y coherencia, que nos trascienda y
nos descubra lo maravilloso en lo cotidiano.
Artículo de José Antonio Hernández Guerrero